Hay que ver cómo es la vida de cabezota. Si te empuja, siempre es hacia arriba.
Salíamos de fiesta. En la Barceloneta las calles estaban engalanadas. Había pequeñas orquestas tocando en cada esquina. Después de unas cuantas cervezas, acabamos bailando pasodobles en la c/ San Ramón.
En el escenario, una pequeña orquesta entrañable. Me acerqué
a “chafardear” a primera fila, como siempre hago, para ver con qué equipo sonorizaban, si tocaban los músicos o era enlatado, y muchas otras fricadas que
me entretienen en los directos. Pero no pude llegar delante. Había un corro de
gente que rodeaba a un tipo que bailaba en primera fila. Parecía un niño, por
su estatura. No se le veía la cara, pero era evidente que todos los del círculo
le miraban, entusiasmados, y bailoteaban con él.
Me acerqué un poco más. Cuando alcancé a verle se me cayó
la mandíbula al suelo. Era un hombre de unos 60 años. Vestía una camisa azul clarito,
medio abierta. Delgado de complexión y pelo blanco. El bandido bailaba como
nadie sentado en su silla de ruedas. Sus piernas llegaban hasta las rodillas.
Cómo giraba. Cómo mantenía el equilibrio al ritmo de la música. Con qué
facilidad cambiaba de derecha a izquierda. Cómo gozaba. Pensé que era el que
mejor bailaba de todos nosotros.
La Barceloneta siempre me ha parecido un barrio vivo. Aquel
día me lo pareció aún más. Sentía un gran poder en aquel hombre. Me despertaba
un profundo respeto su fuerza. Su baile se me antojaba a la potencia brutal que
acumula el agua de un pantano que, de tanta intensidad, acaba por romper la
presa. Como las contracciones del parto, en las que tu cuerpo se rompe, se
expande dolorosamente, se desquebraja para que otra vida salga disparada. Como
un géiser incontrolado que se escapa ansioso por tocar el cielo.
O aún mejor, como aquellas gotas silenciosas de agua suave,
que van calando poco a poco, mojando la tierra árida, capa a capa, empapando
irremisiblemente todo lo que encuentran a su paso.
Aquel pedazo de cacho de hombre bailando sobre sus dos
ruedas, riéndose del mundo, disfrutando, me parecía el empujón de la vida, que
desde abajo, te apretuja contra el cielo, quieras o no quieras.
“Que no quepo!” le dices tú.
“¡Que sí que cabes, hombreya!” te grita ella, la Vida, con
cara de pocos amigos “¿No lo ves? Tira p’arriba, pa’ tu sitio… ” y sigue
empujándote como si quisiera meter un camello por el ojo de una aguja. Y sin
dejar de empujar a conciencia, añade vacilona:
“No te preocupes, tengo todo el tiempo del mundo”.
PUSHING
He’s sitting there
In front of me.
He can not walk but
he’s dancing so free, so free.
Behind the door,
Behind the pain
There is a place
where life is pushing.
THE LIFE IS PUSHING
EVERY DAY, EVERY
NIGHT.
I HEAR YOUR VOICE,
I HEAR YOU ALWAYS.
I HEAR YOUR VOICE
THE ANSWER IS IN
MY CHOICE.
No puede andar,
No puede correr
Pero bailando es el
puto rey.
Más allá
De la puerta del
dolor
Hay un rincón donde
la vida empuja.
LA VIDA EMPUJA ARRIBA
LA VIDA EMPUJA FUERTE
LA VIDA TE SACA A
FLOTE
LA VIDA TE DA LA
SUERTE
MÁS ALLÁ DEL DOLOR,
DEL VACÍO DEL CORAZÓN
I HEAR YOUR VOICE,
I HEAR YOU ALWAYS.
I HEAR YOUR VOICE
THE ANSWER IS IN
MY CHOICE.
Por aquel entonces, al escribir esta letra, sentía que a
pesar de las dificultades la Vida en mayúsculas siempre traspasa más allá de
las circunstancias dolorosas, porque sólo veía vida fuera del dolor. Hoy diría
que los dolores y las penas son una expresión más de la vida, y que son agua y
presa a la vez. Porque la noche es hermana de la mañana. Y porque, como dicen
algunos, la felicidad no es ni fácil ni difícil. Es una decisión.
Gràcies pels 5 minuts que m'has regalat llegint el text. M'encanten les últimes frases sobre la felicitat. Estic amb tu!
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